viernes, 13 de febrero de 2009

15 de febrero de 2009 - Sexto domingo ordinario

Primera Lectura

Levítico 13, 1-2.44-46

 

El Señor dijo a Moisés y a Aarón: "Cuando alguno tenga en su carne una o varias manchas escamosas o una mancha blanca y brillante, síntomas de la lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón o ante cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un leproso, y el sacerdote lo declarará impuro. El que haya sido declarado enfermo de lepra, traerá la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca e irá gritando: '¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro!' Mientras le dure la lepra, seguirá impuro, y vivirá solo, fuera del campamento".

 

Salmo Responsorial

Salmo  31

 

Perdona, Señor, nuestros pecados.

 

Dichoso aquel que ha sido absuelto de su culpa y su pecado.

 Dichoso aquel en el que Dios no encuentra ni delito ni engaño.

 

Perdona, Señor, nuestros pecados.

 

Ante el Señor reconocí mi culpa, no oculté mi pecado.

Te confesé, Señor, mi gran delito y tú me has perdonado.

 

Perdona, Señor, nuestros pecados.

 

Alégrense con el Señor y regocíjense los justos todos

y todos los hombres de corazón sincero canten de gozo.

 

Perdona, Señor, nuestros pecados.

 

Segunda Lectura

1 Corintios 10, 31—11, 1

 

Hermanos: Todo lo que hagan ustedes, sea comer, o beber, o cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios. No den motivo de escándalo ni a los judíos, ni a los paganos, ni a la comunidad cristiana. Por mi parte, yo procuro dar gusto a todos en todo, sin buscar mi propio interés, sino eI de los demás, para que se salven. Sean, pues, imitadores míos, como yo lo soy de Cristo.

 

Lectura del santo Evangelio

Marcos 1, 40-45

 

En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: "Si tú quieres, puedes curarme". Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: "¡Sí quiero: Sana!" Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.

 

Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: "No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés".

 

Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.

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