sábado, 25 de abril de 2009

26 de abril de 2009 - Tercer domingo de Pascua

Primera Lectura

Hechos de los Apóstoles 3, 13-15.17-19

 

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: "El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, a quien ustedes entregaron a Pilato, y a quien rechazaron en su presencia, cuando él ya había decidido ponerlo en libertad.

 

Rechazaron al santo, al justo, y pidieron el indulto de un asesino; han dado muerte al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y de ello nosotros somos testigos. Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes han obrado por ignorancia, de la misma manera que sus jefes; pero Dios cumplió así lo que había predicho por boca de los profetas: que su Mesías tenía que padecer.Por lo tanto, arrepiéntanse y conviértanse para que se les perdonen sus pecados".

 

Salmo Responsorial

Salmo 4

 

En ti, Señor, confío. Aleluya.

 

Tú que conoces lo justo de mi causa, Señor, responde a mi clamor. Tú que me has sacado con bien de mis angustias, apiádate y escucha mi oración.

 

En ti, Señor, confío. Aleluya.

 

Admirable en bondad ha sido el Señor para conmigo, y siempre que lo invoco me ha escuchado; por eso en él confío.

 

En ti, Señor, confío. Aleluya.

 

En paz, Señor, me acuesto y duermo en paz, pues sólo tú, Señor, eres mi tranquilidad.

 

En ti, Señor, confío. Aleluya.

 

Segunda Lectura

1 Juan 2, 1-5

 

Hijitos míos:

 

Les escribo esto para que no pequen. Pero, si alguien peca, tenemos como intercesor ante el Padre, a Jesucristo, el justo. Porque él se ofreció como víctima de expiación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero. En esto tenemos una prueba de que conocemos a Dios: en que cumplimos sus mandamientos. Quien dice: "Yo lo conozco", pero no cumple sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él.

 

Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado a su plenitud, y precisamente en esto conocemos que estamos unidos a él.

 

Lectura del santo Evangelio

Lucas 24, 35-48

 

Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

 

Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:

 

 "La paz esté con ustedes".

 

Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo:

 

 "No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo". Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: "¿Tienen aquí algo de comer?" Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.

 

Después les dijo: "Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos".

 

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: "Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios y el perdón de los pecados.

 

Ustedes son testigos de esto".

viernes, 17 de abril de 2009

19 de abril de 2009 - Segundo domingo de Pascua

Primera Lectura

Hechos de los Apóstoles 4, 32-35

 

La multitud de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma; todo lo poseían en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía.

 

Con grandes muestras de poder, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y todos gozaban de gran estimación entre el pueblo. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían terrenos o casas, los vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles, y luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.

 

Salmo Responsorial

Salmo 117

 

La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.

 

Diga la casa de Israel: "Su misericordia es eterna". Diga la casa de Aarón: "Su misericordia es eterna". Digan los que temen al Señor: "Su misericordia es eterna".

 

La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.

 

La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es nuestro orgullo. No moriré, continuaré viviendo para contar lo que el Señor ha hecho. Me castigó, me castigó el Señor; pero no me abandonó a la muerte.

 

La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.

 

La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente. Este es el día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo.

 

La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.

 

Segunda Lectura

1 Juan 5, 1-6

 

Queridos hermanos:

 

Todo el que cree que Jesús es el Mesías, ha nacido de Dios. Todo el que ama a un padre, ama también a los hijos de éste. Conocemos que amamos a los hijos de Dios, en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos, pues el amor de Dios consiste en que cumplamos sus preceptos. Y sus mandamientos no son pesados, porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y nuestra fe es la que nos ha dado la victoria sobre el mundo. Porque, ¿quién es el que vence al mundo? Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios.

 

Jesucristo es el que se manifestó por medio del agua y de la sangre; él vino, no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

 

Lectura del santo Evangelio

Juan 20, 19-31

 

l anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".

 

Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.  De nuevo les dijo Jesús:

 

"La paz esté con ustedes.

 

Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo". Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo:

 

"Reciban al Espíritu Santo.

 

A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar".

 

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor". Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré".

 

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".

 

Luego le dijo a Tomás: "Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree". Tomás le respondió: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús añadió: "Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto".

 

Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.

viernes, 10 de abril de 2009

12 de abril de 2009 - Domingo de Resurrección

Primera Lectura

Hechos de los Apóstoles 10, 34. 37-43

 

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: "Ya saben ustedes lo sucedido en toda Judea, que tuvo principio en Galilea, después del bautismo predicado por Juan: cómo Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret y cómo éste pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

 

Nosotros somos testigos de cuanto él hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de la cruz, pero Dios lo resucitó al tercer día y concedió verlo, no a todo el pueblo, sino únicamente a los testigos que él, de antemano, había escogido: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de que resucitó de entre los muertos.

 

El nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que cuantos creen en él reciben, por su medio, el perdón de los pecados".

 

Salmo Responsorial

Salmo 117

 

Este es el día del triunfo del Señor. Aleluya.

 

Te damos gracias, Señor, porque eres bueno, porque tu misericordia es eterna. Diga la casa de Israel: "Su misericordia es eterna".

 

Este es el día del triunfo del Señor. Aleluya.

 

La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es nuestro orgullo. No moriré, continuaré viviendo para contar lo que el Señor ha hecho.

 

Este es el día del triunfo del Señor. Aleluya.

 

La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente.

 

Este es el día del triunfo del Señor. Aleluya.

 

Segunda Lectura

Colosenses 3, 1-4

Puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra, porque han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios.

 

Cuando se manifieste Cristo, vida de ustedes, entonces también ustedes se manifestarán gloriosos, juntamente con él.

 

Lectura del santo Evangelio

Juan 20, 1-9

 

El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto".

 

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.

 

En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.

viernes, 3 de abril de 2009

5 de abril de 2009 - Domingo de Ramos

Primera Lectura

Isaías 50, 4-7

 

En aquel entonces, dijo Isaías:

 

"El Señor me ha dado una lengua experta, para que pueda confortar al abatido con palabras de aliento. Mañana tras mañana, el Señor despierta mi oído, para que escuche yo, como discípulo. El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia ni me he echado para atrás.

 

Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado".

 

Salmo Responsorial

Salmo 21

 

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

 

Todos los que me ven, de mí se burlan; me hacen gestos y dicen: "Confiaba en el Señor, pues que él lo salve; si de veras lo ama, que lo libre".

 

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

 

Los malvados me cercan por doquiera como rabiosos perros. Mis manos y mis pies han taladrado y se pueden contar todos mis huesos.

 

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

 

Reparten entre sí mis vestiduras y se juegan mi túnica a los dados. Señor, auxilio mío, ven y ayúdame, no te quedes de mí tan alejado.

 

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

 

Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor, alábenlo; glorifícalo, linaje de Jacob; témelo, estirpe de Israel.

 

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?   

 

Segunda Lectura

Filipenses 2, 6-11

 

Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz.

 

Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

 

Lectura del santo Evangelio

Marcos 14, 1—15, 47

 

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos,

 

Andaban buscando apresar a Jesús a traición y darle muerte

 

C. Faltaban dos días para la fiesta de Pascua y de los panes Azimos. Los sumos sacerdotes y los escribas andaban buscando una manera de apresar a Jesús a traición y darle muerte, pero decían:

 

S. "No durante las fiestas, porque el pueblo podría amotinarse".

 

Se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura

 

C. Estando Jesús sentado a la mesa, en casa de Simón el leproso, en Betania, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y derramó el perfume en la cabeza de Jesús. Algunos comentaron indignados:

 

S. "¿A qué viene este derroche de perfume? Podía haberse vendido por más de trescientos denarios para dárselos a los pobres".

 

C. Y criticaban a la mujer; pero Jesús replicó:

 

 "Déjenla. ¿Por qué la molestan? Lo que ha hecho conmigo está bien, porque a los pobres los tienen siempre con ustedes y pueden socorrerlos cuando quieran; pero a mí no me tendrán siempre. Ella ha hecho lo que podía. Se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Yo les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique el Evangelio, se recordará también en su honor lo que ella ha hecho conmigo".

 

Le prometieron dinero

 

a Judas Iscariote

 

C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero; y él andaba buscando una buena ocasión para entregarlo.

 

¿Dónde está la habitación

 

donde voy a comer la Pascua

 

con mis discípulos?

 

C. El primer día de la fiesta de los panes Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le preguntaron a Jesús sus discípulos:

 

S. "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?"

 

C. El les dijo a dos de ellos:

 

 "Vayan a la ciudad. Encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo y díganle al dueño de la casa en donde entre: '

 

El Maestro manda preguntar: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?' El les enseñará una sala en el segundo piso, arreglada con divanes.

 

Prepárennos allí la cena".

 

C. Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

 

Uno de ustedes, que está

 

comiendo conmigo, me va a

 

entregar

 

C. Al atardecer, llegó Jesús con los Doce. Estando a la mesa, cenando les dijo:

 

"Yo les aseguro que uno de ustedes, uno que está comiendo conmigo, me va a entregar".

 

C. Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro:

 

S. "¿Soy yo?"

 

C. El respondió:  "Uno de los Doce; alguien que moja su pan en el mismo plato que yo. El Hijo del hombre va a morir, como está escrito: pero, ¡ay de aquel que va entregar al Hijo del hombre! ¡Más le valiera no haber nacido!"

 

Esto es mi cuerpo. Esta es mi

 

sangre, sangre de la nueva alianza

 

C. Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partio y se lo dio a sus discípulos, diciendo:

 

"Tomen: esto es mi cuerpo".

 

C. Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les dijo:

 

 "Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Yo les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios".

 

Antes de que el gallo cante dos

 

veces, tú me habrás negado tres

 

C. Después de cantar el himno, salieron hacia el monte de los Olivos y Jesús les dijo:

 

 "Todos ustedes se van a escandalizar por mi causa, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas; pero cuando resucite iré por delante de ustedes a Galilea".

 

C. Pedro replicó:

 

S. "Aunque todos se escandalicen, yo no".

 

C. Jesús le contestó:

 

 "¨Yo te aseguro que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante dos veces, tú me negarás tres".

 

C. Pero él insistía:

 

S. "Aunque tenga que morir contigo, no te negaré".

 

C. Y los demás decían lo mismo.

 

Empezó a sentir terror y angustia

 

C. Fueron luego a un huerto, llamado Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos:

 

 "Siéntense aquí mientras hago oración".

 

C. Se llevo a Pedro, a Santiago y a Juan; empezó a sentir terror y angustia, y les dijo:

 

 "Tengo el alma llena de una tristeza mortal. Quédense aquí, velando".

 

C. Se adelantó un poco, se postró en tierra y pedía que, si era posible, se alejara de él aquella hora. Decía:

 

"Padre, tú lo puedes todo: aparta de mí este cáliz. Pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres".

 

C. Volvió a donde estaban los discípulos, y al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:

 

 "Simón, ¿estás dormido? ¿No has podido velar ni una hora ? Velen y oren, para que no caigan en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es débil".

 

C. De nuevo se retiró y se puso a orar, repitiendo las mismas palabras. Volvió y otra vez los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados de sueño; por eso no sabían qué contestarle. El les dijo:

 

 "Ya pueden dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora. Miren que el hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya está cerca el traidor".

 

Deténganlo y llévenlo bien sujeto

 

C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él, gente con espadas y palos, enviada por los sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:

 

S. "Al que yo bese, ése es. Deténgalo y llévenselo bien sujeto".

 

C. Llegó se acercó y le dijo:

 

S. "Maestro".

 

C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo apresaron. Pero uno de los presentes desenvainó la espada y de un golpe le cortó la oreja a un criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:

 

"¿Salieron ustedes a apresarme con espadas y palos, como si se tratara de un bandido? Todos los días he estado entre ustedes, enseñando en el templo y no me han apresado. Pero así tenía que ser para que se cumplieran las Escrituras".

 

C. Todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto nada más con una sábana, y lo detuvieron; pero él soltó la sábana y se les escapó desnudo.

 

¿Eres tú el Mesías, el hijo

 

de Dios bendito?

 

C. Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote y se reunieron todos los pontífices, los escribas y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote y se sentó con los criados, cerca de la lumbre, para calentarse.

 

Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban una acusación contra Jesús para condenarlo a muerte y no la encontraban. Pues, aunque muchos presentaban falsas acusaciones contra él, los testimonios no concordaban. Hubo unos que se pusieron de pie y dijeron:

 

S. "Nosotros lo hemos oído decir: 'Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro, no edificado por hombres' ".

 

C. Pero ni aun en esto concordaba su testimonio. Entonces el sumo sacerdote se puso de pie y le preguntó a Jesús:

 

S. "¿No tienes nada que responder a todas esas acusaciones?".

 

C. Pero él no le respondió nada. El sumo sacerdote le volvió a preguntar:

 

S. "¿Eres tú el Mesías y el Hijo de Dios bendito?".

 

C. Jesús contestó:

 

"Si lo soy. Y un día verán cómo el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y cómo viene entre las nubes del cielo".

 

C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras exclamando:

 

S. "¿Qué falta hacen ya más testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia.

 

¿Qué les parece?".

 

C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:

 

S. "Adivina quien fue",

 

C. y los criados también le daban de bofetadas.

 

No conozco a ese hombre del

 

que ustedes hablan

 

C. Mientras tanto, Pedro estaba abajo, en el patio. Llego una criada del sumo sacerdote, y al ver a Pedro calentándose, lo miro fijamente y le dijo:

 

S. "Tú también andabas con Jesús Nazareno".

 

C. El lo negó, diciendo:

 

S. "Ni sé ni entiendo lo que quieres decir".

 

C. Salió afuera hacia el zaguán, y un gallo cantó.

 

La criada, al verlo, se puso de nuevo a decir a los presentes:

 

S. "Ese es uno de ellos".

 

C. Pero él lo volvió a negar. Al poco rato también los presentes dijeron a Pedro:

 

S. "Claro que eres uno de ellos, pues eres galileo".

 

C. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:

 

S. "No conozco a ese hombre del que hablan".

 

C. En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro se acordó entonces de las palabras que le había dicho Jesús: 'Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres', y rompió a llorar.

 

¿Quieren que les suelte

 

al rey de los judíos?

 

C. Luego que amaneció, se reunieron los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el sanedrín en pleno, para deliberar. Ataron a Jesús, se lo llevaron y lo entregaron a Pilato.

 

Este le preguntó:

 

S. "¿Eres tú el rey de los judíos?"

 

C. El respondió:

 

 "Sí lo soy".

 

C. Los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le pregunto de nuevo:

 

S. "¿No contestas nada?. Mira de cuántas cosas te acusan".

 

C. Jesús ya no le contestó nada, de modo que Pilato estaba muy extrañado. Durante la fiesta de Pascua, Pilato solía soltarles al preso que ellos pidieran. Estaba entonces en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en un motín.

 

Vino la gente y empezó a pedir el indulto de costumbre.

 

Pilato les dijo:

 

S. "¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?"

 

C. Porque sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato les volvió a preguntar:

 

S. "¿Y qué voy a hacer con el que llaman rey de los judíos?"

 

C. Ellos gritaron:

 

S. "¡Crucifícalo!"

 

C. Pilato les dijo:

 

S. "Pues, ¿qué mal ha hecho?"

 

C. Ellos gritaron más fuerte:

 

S. "¡Crucifícalo!"

 

C. Pilato, queriendo dar gusto a la multitud, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de mandarlo azotar, lo entregó para que lo crucificaran.

 

Le pusieron una corona de espinas.

 

C. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio, al pretorio, y reunieron a todo el batallón. Lo vistieron con un manto de color púrpura, le pusieron una corona de espinas que habían trenzado, y comenzaron a burlarse de él dirigiéndole este saludo:

 

S. "¡Viva el rey de los Judíos!"

 

C. Le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminadas las burlas, le quitaron aquel manto de color púrpura, le pusieron su ropa y lo sacaron para crucificarlo.

 

Llevaron a Jesús al Gólgota

 

C. Entonces forzaron a cargar la cruz a un individuo que pasaba por ahí de regreso del campo, Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir "lugar de la Calavera"). Le ofrecieron vino con mirra, pero él no lo aceptó.

 

Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echando suertes para ver qué le tocaba a cada uno.

 

Fue contado entre los malhechores

 

C. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: "El rey de los judíos". Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la escritura que dice: Fue contado entre los malhechores.

 

Ha salvado a otros y a sí mismo

 

no se puede salvar

 

C. Los que pasaban por ahí lo injuriaban meneando la cabeza y gritándole:

 

S. "¡Anda! Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo y baja de la cruz".

 

C. Los sumos sacerdotes se burlaban también de él y le decían:

 

S. "Ha salvado a otros, pero a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos".

 

C. Hasta los que estaban crucificados con él también lo insultaban.

 

Y dando un fuerte grito,

 

Jesús expiró

 

C. Al llegar el mediodía, toda aquella tierra se quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. Y a las tres, Jesús gritó con voz potente:

 

 "Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?"

 

C. (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

 

S. "Miren, está llamando a Elías"

 

C. Uno corrió a empapar una esponja en vinagre, la sujetó a un carrizo y se la acercó para que bebiera, diciendo:

 

S. "Vamos a ver si viene Elías a bajarlo".

 

C. Pero Jesús dando un fuerte grito, expiró.

 

 

 

Aquí todos se arrodillan y

 

guardan silencio por unos

 

instantes.

 

C. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo. El oficial romano que estaba frente a Jesús, al ver cómo había expirado, dijo:

 

S. "De veras este hombre era Hijo de Dios".

 

C. Había también ahí unas mujeres que estaban mirando todo desde lejos; entre ellas, María Magdalena, María (la madre de Santiago el menor de José) y Salomé, que cuando Jesús estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y además de ellas, otras muchas que habían venido con él a Jerusalén.

 

José tapó con una piedra la

 

entrada del sepulcro

 

C. Al anochecer, como era el día de la preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro distinguido del sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios.

 

Se presentó con valor ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extraño de que ya hubiera muerto, y llamando al oficial, le preguntó si ya hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el oficial, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana, bajó el cadáver, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro excavado en una roca y tapó con una piedra la entrada del sepulcro.

 

María Magdalena y María, la madre de José, se fijaron en dónde lo ponían.